Dicen que después de la tormenta viene la calma y no he encontrado un lugar que represente mejor esa frase que Varsovia. Y no me refiero sólo a la increíble capacidad que tiene la capital de Polonia de transformarse en segundos después de una fuerte lluvia, pasando de gente refugiándose en los techados y negocios cerrados a niños jugando en las calles, terrazas llenas y turistas comiendo helados; sino a que Varsovia es el mejor ejemplo de cómo una ciudad azotada por la guerra, destruida hasta los cimientos, dominada por potencias extranjeras, puede resurgir —literalmente— entre los escombros.
Su casco antiguo de la época medieval es irónicamente el más nuevo de Europa y es que después de la Segunda Guerra Mundial poco quedaba de éste. Sin embargo, tan sólo terminó la Guerra cada piedra y cada elemento que se pudo recuperar se utilizó para reconstruirlo. Fue tan bueno el trabajo que la UNESCO lo declaró Patrimonio de la Humanidad y un viajero sin conocimiento de la historia podría pasar totalmente por alto que no se tratan de construcciones originales.
Sin embargo, reconstruir no quiere decir olvidar y los polacos saben que su historia no debe dejarse atrás. Por tanto, entre pintorescas calles y puestos de flores multicolores se conservan elementos que recuerdan lo mucho que ha sufrido esa ciudad, desde un par de pilares que fueron derribados en enfrentamientos militares —el primero durante la Guerra polaco-sueca en el siglo XVII y el segundo en la invasión alemana de 1939— hasta los mapas que señalan que en donde pisamos estuvieron los guetos, aunque actualmente sólo queden de ellos montículos de piedras que sirven de cimientos a una Varsovia moderna.
Pero no todos los recordatorios de la ciudad hacen referencia a episodios bélicos, algunos sirven para mostrarnos su otra cara, la del orgullo, la de sus personajes ilustres. Bancas musicales a lo largo de la Varsovia rinden homenaje a uno de sus orgullos musicales: Frédéric Chopin. Un pequeño museo en el casco antiguo nos recuerda que en esta ciudad nació la primera mujer en recibir un premio Nobel: Maria Skłodowska-Curie. “Y aunque ni Chopin ni Curie usen apellidos polacos, eran de Polonia”, nos advierte con orgullo Bella, la guía del tour que tomo para descubrir la ciudad y la misma que no guarda ningún adjetivo positivo para referirse al polaco más famoso: el Papa. “Porque para nosotros el único Papa es Juan Pablo, si quieren referirse a Ratzinger o Francisco en Polonia tienen que aclararlo, porque nosotros sólo tenemos un Papa, el que puso a Polonia en el mapa y el que dio esperanza a su gente en tiempos difíciles”, nos explica.
Junto a la orgullosa Cracovia por tener dos de los primeros Patrimonios de la Humanidad conferidos por la UNESCO, muchos opinan que Varsovia tiene poco que ofrecer al viajero, pero la capital polaca tiene su encanto y más allá de su casco antiguo tiene áreas verdes, museos y barrios que vale la pena conocer, y sin dejar de lado aprovechar que es una de las ciudades más baratas de Europa.
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